Diario de librera: A propósito de Casa tomada





Casa tomada es el relato de Julio Cortazar al que más he regresado. Cada vez que he necesitado recordar lo fácil que resulta dejarse ocupar por desconocidos y lo necesario de estar atenta para no dejarles pasar, he acudido a la casa, para revisar las puertas y cerrar las ventanas.
Casa tomada también representa el descubrimiento del miedo. Todos conocemos el vacío de una habitación cerrada, la oscuridad del pasillo de todas las casas y los ruidos desconocidos que laten en su interior, comunes y necesarios para tejer la defensa ante el propio miedo. Reconocerlos es superarlos.
Por eso, Casa tomada, representa ante todo la luz que se enciende para descubrir al miedo.

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La casa nos acoge, en ella hacemos la vida marcando señales que otros descubrirán.

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Creo que las casas son muy parecidas a las personas. Todos hemos reconocido una fachada con cara, con ojos, nariz y boca, perfilada por sus ventanas, balcones y puertas. También hay edificios que parecen personas, pero muchas juntas, con los ojos abiertos, como insectos en la noche. 

La ciudad entonces es una reunión de personas de diferentes escalas y formas. Como por una suerte de diablura a lo Gulliver, unos pequeños seres viven dentro de otros más grandes. Los grandes se alinean frente a frente, generando unas cintas de aire por donde caminan los pequeños, que no paran de entrar y salir de los grandes. 

Pero las casas y las personas se diferencian en algo esencial pues unas están quietas y otras en movimiento. Es por eso que las personas pueden ir de una casa a otra , pero las casas no pueden ir de una persona a otra. Lo que sí se puede, en cambio, es remover lo que está en su interior y así, llevar un mueble de una casa a otra, transportado por personas, sería como si la casa se moviera un poco, porque la casa es también lo que contiene. 

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La casa la dibujó desde el principio. Casi siempre con cara. Cuando cogió el lápiz era casa, luego también montaña. La montaña fue la primera casa que dibujó.


Imagen de Erik Alcántara 

Diario de librera: Las penalidades de ser libro






Llegan desesperados, como si nadie les hubiera hecho el más mínimo caso nunca. Algunos se deshojan nada más tocarlos, una caricia es suficiente para que sus páginas se desbaraten sin soportarlo. A otros, la humedad les ha borrado las palabras y entre hongos se diluyen sus argumentos ficticios e ideas originales.

Muchos están intactos, con la lámina de celulosa transparente que usan en las fábricas para no contagiar a un libro con otro. Parece que sus dueños tomaron la misma decisión, no contagiarse al leerlos. Que no te lean siendo libro tiene que ser casi tan doloroso como que no te entiendan siendo persona.

El dolor de los libros es muy parecido al dolor de las personas, supongo entonces que la manera de tratarlos puede ser la misma que usamos contra nosotros, tal vez también contra los demás.



Diario de librera: Las huellas y la máquina





Rastreamos las huellas que dejan los dueños en los libros depositadas. Fotografías en blanco y negro, billetes de tren y notas manuscritas para una clase de latín en 1957 nos emocionan. En cada huella, una vida ajena a ese descuido. 

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Casi todos los autores de la biblioteca han muerto. Ahora los libros se me antojan lápidas en un cementerio. Ordenadas de la A a la Z, las lápidas de mi biblioteca tienen cada una su historia, pero esa es otra historia.

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Un libro es una máquina del pensamiento, un artefacto voluntario que se alimenta e incendia por combustión verbal e imaginaria en la mente del que lee. En sus páginas cabe todo lo que la máquina imagina y si lo imagina es que existe. Lo que existe siempre se puede escribir y leer. Leer y escribir es un maquinar del pensamiento.







Diario de librera. El verano y la libertad







Los Libros de Francesc Torres


El verano no ha dado tregua, tampoco el calor. Encendimos hace unas semanas el ventilador. Las páginas pasaron solas, también los días. Lo más difícil quedó atrás. El desierto de agosto llegó ayer a su fin. 

No sabíamos si el convencimiento general de que se lee mucho en verano iba a ser una fe para nuestros libros. 

Lo que sí hemos descubierto es que es en verano cuando la gente arregla sus casas, se muda o cambia de pareja y siempre lo que le pesa son los libros.

Ahora las colinas se desarrollan pared arriba y toman cualquier repisa nueva que pongamos. Y sí, muchos han salido rumbo a la playa, hacia el aeropuerto o a cualquier sofá tres calles más arriba. Pero aun hay muchos más.

Hemos pensando en hacer muebles con ellos, calentarnos el próximo invierno o hacer una torre en el jardín. Y lo que hemos decidido es dejarlos en libertad, abandonados estratégicamente para que los encuentres.

 El viernes 13 de septiembre nos parece un buen día para la redención. Al que le apetezca participar, empezaremos a las 19:00 horas desde La sala de máquinas. 





Diario de librera: Sobre el circo de las palabras 2







Hemos alborotado los libros y ahora vuelan por el pasillo, también van de carpa de circo en el café. Cambiamos las metáforas y la lámpara, echamos de su sitio a la tranquilidad y en los ensayos gritamos al pie de la escalera. Hemos puesto un espejo en el escaparate, nos reunimos los domingos en mi casa, pero luego hay que irse a mirar las palabras. 


El circo está mellando nuestras vidas. Al principio cuando nos metimos en esto, no supimos pronosticar las secuelas de esta rutina circense. De entrada, nuestras parejas, sorprendidas ante la nueva profesión, amenazan con abandonarnos. Vamos hablando solos por la calle y repetimos el personaje en cualquier sitio. A uno le vi el otro día fabricando narices escondido en un cuarto. Otro hizo unas pesas que después no puede cargar. El más flaco parece que se desaparece y a mí la barba me está empezando a picar. 


Para ser un plan escrito en la mesa de la cocina, en una servilleta, con la lámpara baja. Que luego viajó arrugado en el bolsillo de la gabardina de alguien que caminó hasta la parte de la mente donde se decide a qué se le puede dar forma, no está mal que se le llame locura.



Diario de librera: Sobre el circo de las palabras 1




El funambulista hace ejercicios de acrobacia sobre una cuerda o alambre suspendido a cierta altura del suelo. La literatura hacer equilibrio con las palabras y con las ideas, pero en una página. El escritor es por tanto un funambulista, alguien que camina por la cuerda floja del lenguaje, jugándose en cada palabra el pellejo y arruinando por un mal paso, por un verbo inadecuado, por una mala perspectiva, un buen texto.

Nuestro escritor funambulista atraviesa lentamente el espacio de la página, ausculta cada paso, pero antes ha puesto patas arriba la cosa de las palabras, el desorden es el orden porque la regla en el circo es que no hay reglas.  Luego, se mira en el espejo, se da risa y además de hacerse morisquetas, empieza a escribir. Tomarse demasiado en serio arruinaría su carrera en el circo.


Diario de librera: En la 37º feria del libro antiguo y de ocasión, sin querer






Es viernes veintiséis por la mañana. Es Madrid. No hay opción: directos al paseo de Recoletos. 

No ir a la feria del libro antiguo y de ocasión, que se inaugura hoy, para una librera practicante como yo sería como no ir a la playa en Honolulu para un bañista exagerado o no dormir ante la cama recién hecha para un insomne desesperado. Pero la verdad es que es la segunda vez que voy y siempre de casualidad. 

A Madrid se va a otras cosas, las coincidencias a veces son insuperables. Por eso llegamos puntuales, sin imaginar que la puntualidad iba a hacernos pasar por autoridades y escritores, que sin dar crédito de nuestra naturalidad, aceptaron la tijera de la navaja suiza de mi cuñada Sonia, ellos no tenían la suya. 

Estaban en plena inauguración. Cinta roja intacta y disparos de flashes. El público detrás de la prensa, las autoridades detrás de la cinta. Pude ver a Andrés Trapiello y otros, supongo que igual de escritores y amantes de lo usado, en la línea de salida, para ser los primeros en rebuscar. Ninguno de ellos contaba con el asalto al protocolo de una representación de la sala de máquinas este viernes en Madrid.

El librero de la primera caseta salvó con sus tijeras la situación, pero ya habíamos salido en sus fotos.


Sembramos porque los libros alimentan






Desde que la sala de máquinas tiene ventana nos sorprende ver cómo las personas pegan la nariz y observan los libros como si fueran deliciosos pasteles en las bandejas de una exquisita dulcería, tal vez en Praga. 

Pero más nos sorprende ver que muchas de esas narices corresponden a caras de personas mayores, a caras de gente corriente, gente muy joven, muy señora, muy niño en patinete. Y si hacemos un estudio para confirmar lo poco que lee la gente, lo vamos a contradecir sobre la marcha: leen mucho más de lo que reconocen. Lo ocultan para alimentarse en silencio. 


Por eso vamos a sembrar libros, para dar de comer a los hambrientos lectores silenciosos. 

Sembrar es arrojar las semillas en la tierra preparada para tal fin. Sembrar libros es colocarlos estratégicamente para un encuentro fortuito. 


Pero también se pueden esparcir los libros como quien derrama los juguetes por la habitación. 


Sembramos para dar motivos. 


Si quieres ayudarnos, el martes 23 de abril desde las 18:00 hasta las 20:00 horas, en la sala de máquinas del Café 7. Allí tendremos todo preparado para la siembra.

Contra los libros




La obligación genera rebeldía, la insistencia también. Empeñarnos en que los demás lean y descubran el milagro, es como intentar captar adeptos para una religión o adictos para una ideología.
Un amigo nos cuenta que habría que prohibir los libros en vez de animar a su lectura. Al prohibirlos, dice, llegar a ellos será como un trabajo de libertad.

Cada vez más las campañas de promoción de la lectura generan un efecto rebote, o por lo menos esa impresión nos deja ver como es necesario insistir tanto en lo divertido que es leer. Imaginar a unos pobres lectores, aburridos y recibiendo instrucciones de qué hay que leer y sermones de por qué es bueno leer, no es tan difícil.

Sabemos que leer no nos hace ni más felices ni más listos. Hay sobrados ejemplos en la historia de la humanidad de grandes lectores que también fueron grandes tiranos y todos tenemos un amigo infeliz que lee un montón.

Estamos contra cualquier tipo de imposición, también contra los libros, pero con ellos, por supuesto.






Diario de librera. Testimonio de un libro en tránsito








Rodeada de libros aspiro a encontrar una explicación entre sus páginas. Antes de que se me vengan encima abriré uno cualquiera y tal vez encuentre una frase que me abrace y calme mi curiosidad. Después desordenaré la biblioteca y seguiré preguntando para qué. 

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Echaré de menos los días en los que vivimos el sueño. Los días en los que estábamos todos, poemas, novelas y cuentos ocupando la misma estantería. Los dueños se apoyaban el lomo en su regazo y acariciaban nuestras páginas, a veces señalaban con el dedo o con un lápiz alguna frase o palabra, otras nos llevaban al dormitorio, a pasar la noche en una mesita. Ahora, cuando estamos a punto de ser expulsados de la casa, nuestros destinos se separan por cajas. Entre los libros nadie conoce a nadie, nuestros dueños cambian de casa y unos pocos elegidos irán con ellos. El resto, sumergidos ya en la maleta del coche, invocamos una librería de segunda mano.

  


Diario de librera





Cosemos ideas en líneas de palabras que enhebradas en páginas confeccionan un libro.


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Manuel, dice que se llama. Cuenta que tuvo una librería, pero que fue tan generoso que se arruinó. Viene todos los sábados y rebusca títulos, creo que necesita aquellos que regaló, para saber si siguen vivos. 


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Los días transcurren como las páginas de un libro, engullidos a la velocidad de una buena lectura van quedando atrás. Podemos volver a las páginas, pero no a los días. 


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El acuerdo al que llegamos con los escritores fue que, a pesar de que ya no estén entre nosotros, seguiremos leyéndoles. 

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Tengo una amiga que dice que en el futuro todas las librerías serán de segunda mano, por eso, a pesar de que los libros son usados, nuestra librería es del futuro. 


Diario de librera: el misterio


Leer o no leer no es la cuestión. Leemos a pesar de no leer. Leemos los labios y el cuerpo. Leemos billetes, instrucciones de apertura o un prospecto. La cosa va de leer. Leer la mente, los sueños, leemos los números en el cajero. Leemos hasta la saciedad. Tanto que leemos, que creemos que no leemos. Leer ya no es lo que era.

Pero por la lectura y a pesar de ella creo en éstas cuatro palabras que leo. Cómo las identifico y cómo las integro será siempre un misterio.

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Leyó su nombre y le puso cara, porque un nombre se parece a la persona que señala.